jueves, 15 de octubre de 2009

E pur si muove

Como parte de las acciones desarrolladas por el Museo Nacional de Bellas Artes, orientadas a la promoción y divulgación del arte cubano, se inauguró el pasado día 2 de octubre, en la tercera planta del edificio ubicado en la sede del desaparecido Mercado de Colón, la exposición transitoria: Sandu Darie. Con un número considerable de piezas, cerca de las cincuenta, la propuesta curatorial agrupa más de cuatro décadas de trabajo constante; iniciándose el recorrido en sala con obras del año 1946 para terminar en la segunda mitad de los años ochenta. De personalidad dinámica e innovadora este artista, de formación autodidacta, experimentó en diversos campos de la creación, recorriendo desde la caricatura, primer contacto con el público cubano, hasta la pintura; incursionando además en la escultura, el dibujo, la cerámica y el diseño escénico. 


Establecido en la Habana desde los años cuarenta, tras el paso de su ciclo estudiantil en París, este rumano logró una rápida e increíble adaptación, la cual repercutió positivamente en su obra. La intensidad de la luz, la naturaleza desbordante y provocadora,  el nuevo campo visual que se desplegaba ante sus ojos, potenciaron el desarrollo de una expresividad única. Ensamblajes, óleo, tintas, acrílico, plywood policromado, madera, tela, dan fe de la variedad de técnicas y soportes; así como obras tridimensionales, proyectos ambientales, estructuras móviles, documentales, manifiestan su constante experimentación e incuestionable versatilidad. Precursor del abstraccionismo geométrico y uno de los máximos representantes del cinetismo en Cuba, estableció contacto con el argentino Gyula Kosice, uno de los miembros fundadores del grupo Arte Madi, colaborando en la revista del mismo nombre y participando en varias exposiciones. 


Enfrascado en superar la bidimensionalidad, la planimetría y la rigidez del cuadro el artista logró resultados increíbles. No sólo transgredía el soporte cuando le añadía nuevos elementos, sino que lograba una dimensión lúdica, variable y participativa que involucraba al público de forma directa. La experiencia plástica ya no suponía la observación reverenciante en galería, sino que la obra sólo se completaba mediante el contacto con las manos del espectador; quien podía mover a su antojo los elementos de la composición para lograr movimiento y, a la vez, la conformación de una nueva obra. Estructura transformable, del año 1955, y Estructuras móviles y transformables, del año 1983, son excelentes ejemplos que, al mostrar continuidad temporal en una línea de trabajo, afirman este sentido lúdico – participativo; así como Estructura pictórica, de 1950, y Estructura transformable, de la década del 60,  que nos ilustran la experimentación con el soporte, ya antes advertida, en ese afán incansable de quebrantar preceptos canónicos de la tradición pictórica.


En el caso de la escultura podemos constatar, a partir de las maquetas presentadas, la misma ambición por la búsqueda del movimiento como resultado de la interacción del espectador con la pieza. Pero aparece en alguna de estas un nuevo elemento que la enriquece, a la vez que incide en su capacidad comunicativa: el sonido. Al mover, digamos por citar un ejemplo, los cilindros metálicos que conforman el Árbol móvil no sólo estamos alterando el estado de un cuerpo provocando su desplazamiento, sino que estamos propagando parte de la propia pieza, haciéndola más grande, a partir de las vibraciones que resultan de los choques de sus partes. De esta manera adquiere la obra una dimensión sorprendente cuando, mediante el sonido, se interviene y modifica el entorno circundante.    


Mención especial dentro de las piezas, sin dudas excelentes en su conjunto, merece Cosmorama. Poema espacial No. 1, realizado en el año 1964, el cual puede considerarse la matriz del video arte en nuestro país. Realizado junto al director de cine Enrique Pineda Barnet, este documental de apenas 6 minutos constituye un interesante estudio del movimiento a partir de la conjunción, en formas, de luces y colores; a la vez que nos muestra el afán transdisciplinario, innovador y revolucionario de este artista. Impulso que fue continuado a partir de la colaboración sistemática, durante los años 60, con el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) en otras producciones, entre las que puede destacarse La cocotología y Caminos del saber, por sólo mencionar algunas.


Hacia la década del ochenta también puede comprobarse el desarrollo de una fecunda obra encaminada a la ambientación de espacios arquitectónicos. El árbol rojo (1981) [1], ubicada en el Parque Lenin, El día y la noche (1982), del vestíbulo del Hospital Hermanos Ameijeiras, y el proyecto para la fábrica de toallas del Wajay son algunas de las piezas que, fotografiadas e incluidas en el catálogo, completan la exhibición; aportándole a los asistentes a la muestra un sentido más orgánico y completo de las preocupaciones ideoestéticas de este gran artista.


He de destacar también, más allá de las obras en sí, que la propuesta curatorial se resiente un poco en la concepción espacial utilizada. La figura de Sandu Darie merece un despliegue museográfico mucho más innovador que cuadros colgados en la pared a la manera tradicional, cual venerables cadáveres en exhibición, sacrosantos pero intocables a la vez. Olvidando además que muchas de las piezas carecen de sentido cuando no existen las manos que las modifican e impregnan de vida. O el descuido de la presencia postrera de un panel informativo que ofrece datos sobre la vida de esta figura, ocasionando en varias ocasiones que los visitantes se pierdan, iniciando el recorrido de atrás hacia delante. Pese a estos detalles el panorama cultural capitalino se enriquece con esta exposición y muchos de los asistentes nos alegramos de tan merecido homenaje a una figura tan innovadora, dinámica y creativa. El itinerario temporal exhibido no sólo completa así la ausencia de piezas en las salas del Museo dedicadas a los años sesenta y setenta, sino que nos ayuda a imaginar un panorama artístico más variado, plural y por ende complejo para su análisis y comprensión. Y aunque pueda respirarse cierto hálito estático en la muestra, desde el cartel que nos recibe anunciando la exhibición, que traicione la naturaleza cinética de las piezas, podemos recurrir a la famosa frase de Galileo Galilei, en su juicio ante la Iglesia, como balance de una visita: pero se mueve.

Publicado en Noticias de ArteCubano, octubre 2009.




[1] En esta pieza el papel del sonido sería no sólo importante, sino magnificado n veces cuando toda la estructura se moviera. Incluso aquí podría hablarse del papel de los elementos naturales ya que la acción del viento también podría dotar de movimiento a la obra.