Por Carlos Gámez
Cuando pretendemos volver la mirada sobre algo que
alguna vez nos interesó, en ocasiones nos preguntamos si eso que
pensamos rever se corresponderá con la primera imagen captada. Sin
embargo lo hacemos, porque hay riesgos que deben correrse y entonces,
gozar al menos del intento fallido.
Las muestras visuales son también lecturas que
merecen segundas oportunidades, porque no basta con asistir a las
inauguraciones y socializar. Hay que entender luego lo que nos dice la
tesis del curador, una vez que la galería está completamente vacía y
solo las piezas nos hablan.
Éticos y estéticos se exhibe en la galería
del Centro de Prensa Internacional (CPI), bajo la curaduría de Samuel
Hernández Dominicis, y resume el trayecto del arte visual joven en el
año 2014. Las piezas de la muestra, exhibidas en las mejores
exposiciones del pasado año —en el Centro de Desarrollo de las Artes
Visuales (CDA), la galería Luz y Oficios, el inventario de la Fundación
Ludwig, etc.—, o resultado de becas de creación, vienen a
resaltar el carácter legitimador de las galerías.
Con la intensión de conformar una muestra de obras
plásticas que pudieran contener lo más importante del arte joven, se
realizó la plural museografía. Unido a la variedad de obras, de artistas
y particulares tecnés, el espacio fue más que la caja blanca
que ha asumido el arte contemporáneo como lugar perfecto. Un recorrido
fragmentado y una sala polifuncional asestaban a la muestra el reto de
poder comunicar un discurso coherente, sin perder al espectador
entre los vericuetos del video, la instalación, la pintura y la
fotografía.
Un momento para demostrar, además del buen arte que
presentan los jóvenes, la pericia necesaria para curar en función de
los procesos postmodernos del espacio vs. la obra. Así se realizó
la muestra que hoy exhibe el CPI como imagen del nuevo arte cubano, o
más bien, del arte cubano realizado por jóvenes, que no nuevos, pero sí
con propuestas rejuvenecedoras en las galerías.
Dentro del espacio se pueden encontrar muchas
temáticas. Y, de hecho, la mayor cantidad no necesariamente se anclan a
lo que se ha planteado el arte cubano como sus mortificaciones
perennes. De ahí una de los principales valores de la muestra: el
descubrir nuevas maneras de entender al artista como expresión de lo
nacional sin gritarlo a voz populi.
Obras como las de Iván Perera nos remiten a lo
profundo, lo íntimo de un proceso, para venir a recalar en el
sacrificio del individuo. Las piezas se apropian el formato como
expresión de una documentación, como el medio para filtrar la
información más allá del significado del hecho artístico per se.
De igual manera, la pieza de Lancelot Alonso nos
descentra la mirada al convertirse en punto de mira ante la red de
obras con las que se relaciona. Sin embargo, la pieza en una sincera
muestra de self protection, se convierte en ese monumento
neoexpresionista que desborda más que la libido del espectador, sus
sentidos del tacto, la visión, y la imaginación.
La obra de Adislén Reyes —en la pared que nos recibe en la galería— es otro de los ajustes de una generación que coquetea con las referencias y se propone sublimar al público desde su perspectiva sensorial. Con una obra compuesta de seis fragmentos azules inmaculados, las probabilidades de retener el espasmo ante lo presumible de una retiniana lectura, son realmente pocas. Pero más tarde, al recuperarnos, descubrimos más que belleza y liviandad. El salto hacia una atmósfera perdida en la violencia de una etapa fugaz de la vida, el freno ante el caos de volver sobre el resto de la exposición; demuestran que la obra de Adislén Reyes no llega con la inocencia de su factura: presenta su fuerza psicológica como carta de recomendación ante la abstracción que demanda.
La obra de Adislén Reyes —en la pared que nos recibe en la galería— es otro de los ajustes de una generación que coquetea con las referencias y se propone sublimar al público desde su perspectiva sensorial. Con una obra compuesta de seis fragmentos azules inmaculados, las probabilidades de retener el espasmo ante lo presumible de una retiniana lectura, son realmente pocas. Pero más tarde, al recuperarnos, descubrimos más que belleza y liviandad. El salto hacia una atmósfera perdida en la violencia de una etapa fugaz de la vida, el freno ante el caos de volver sobre el resto de la exposición; demuestran que la obra de Adislén Reyes no llega con la inocencia de su factura: presenta su fuerza psicológica como carta de recomendación ante la abstracción que demanda.
Las exposiciones, en fin, pueden llegar a
convertirse en hitos de una época, en tesis de resumen generacional,
aunque a veces no se lo propongan. Muchos curadores solo pretenden
lograr que cada muestra constituya un discurso coherente. Y de las
posibles interpretaciones, polémicas, se encarga el hecho de vivir en
una rueda cíclica, interconectada no sólo con la historia del
arte.
Éticos y estéticos plantea muchas ideas,
así como valora la función del arte joven contemporáneo desde lo
nacional, sin etiquetas, con filosofías propias de su
realidad.
(27 / 02 / 2015)
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