martes, 11 de septiembre de 2012

Homenaje a René de la Nuez por su 75 cumpleaños


Trabajar con René de la Nuez ha sido un delicioso y enorme reto, sin dudas una gran oportunidad, pues este Premio Nacional de Artes Plásticas ha tenido ya dos exposiciones antológicas en el Museo Nacional de Bellas Artes y eso, aparentemente, no me deja mucho por hacer.

Afortunadamente para mí, por azares de la vida, o más bien por el carácter del autor, en cada ocasión los curadores no han podido utilizar su producción más reciente. En la primera muestra no permitió que se incluyeran los personajes de Concierto baroko, pues no había concluido aún esta interesante serie, mientras que en la segunda se empeñó en terminar con La Habana como motivo, dejando fuera los comics en los que últimamente ha venido trabajando.

Como dicen que a la tercera va la vencida, en esta muestra René no me ha prescrito nada, por lo que puedo presumir con entusiasmo, y hasta con un poco de asombro, de mostrar al espectador lo más reciente de su producción. Eso sí, y vale la aclaración, lo más reciente entendido como lo poco conocido, lo poco socializado o, incluso, lo nunca antes visto por los espectadores del patio, digo, de la sala. Aun así, más allá de la novedad que esto supone en nuestro medio, y de la alegría infinita que ello me produce, la curaduría se ha empeñado en mostrar, sin dejar a un lado al dibujante, a otro Nuez; sobre todo a uno que ha sabido desarrollar una obra personal paralela al trabajo diario que lo dio a conocer en la prensa plana y que dialoga cómodamente con los códigos de la pintura.

De forma general, aquel que visite la muestra podrá percatarse fácilmente de los temas recurrentes en estas piezas, e incluso de cómo en ocasiones se cruzan entre sí. Por una parte, el universo afrocubano se instaura como una de sus primeras obsesiones; en él mezcla el trazo desenfadado de la caricatura con firmas congas y abakuás, explora la sensualidad del garabato, comparte los caminos de Elegguá, sortea rabos de nube, y se vale del aché de las piedras para desplazarse entre ñáñigos, yorubas y ngangas. Por otra, cual eterna enamorada aparece la ciudad, esa pícara Habana que se añora y sorprende con sus personajes cotidianos llenos de inventiva y ganas de vivir. Con ella René va a retomar los códigos de la caricatura, pero esta vez imprimiéndoles un sello peculiar. Ha incorporado las lecciones aprehendidas de lo pictórico, y las composiciones resultantes se convierten para el espectador en una peculiar instantánea, una escena costumbrista de nuevo tipo que dentro de algunos años servirá tanto a historiadores del arte como a sociólogos y antropólogos, pues al igual que Van Van, René de la Nuez se ha convertido en todo un cronista social que registra cambios y transformaciones de la ciudad y sus habitantes.

Como en toda fiesta innombrable, no se alarme si frente al núcleo expositivo siente que son muchos los invitados. Algunos serán muy fáciles de reconocer y otros no tanto. Por ello, si cree encontrarse entre la muchedumbre a Lam conversando con Mariano y Portocarrero, o a Tàpies, a Jesús de Armas, o a Ángel Delgado deambulando por otro extremo, no se sorprenda. Por el contrario, disfrute de las misteriosas coincidencias que se dan en una muestra de este tipo, donde pueden advertirse relaciones tan insospechadas como las cercanías formales entre una Pastorita que tiene guararey, de 1987, y los Chacmooles mexicanos realizados en el 2008. Conozca cómo trabaja este artista, que cuando explora un tema se adentra en sus distintas aristas una y otra vez, año tras año, hasta que cree que lo domina. O simplemente váyase convencido de que a sus 75 años, René no ha perdido el humor que lo caracteriza ni sus ganas de hacer; pues durante del montaje de esta exposición, mientras me dibujaba un Loquito con moringa, se planificaban las que aún están por venir y los próximos cumpleaños. Así que, vístase bonito por si hay foto, como él mismo dice, vaya preparando su regalo y apunte desde ahora que sin dudas… ¡nos veremos en los 75 + 5!





martes, 28 de agosto de 2012

La sentencia del arriero

Publicado en www.ahs.cu

Pocas metas en nuestra vida conllevan el avanzar hacia el punto más alto de nuestra existencia para luego regresar sobre nuestros pasos al sitio de partida sin quebrarnos. Porque aunque muchos crean que solo la subida al Pico Turquino constituye el triunfo, el retorno es igual de difícil o peor incluso; porque se regresa aun más cansado. Y es que el camino recorrido para encontrar la cima más alta de nuestra geografía constituye quizás la mejor metáfora de la vida misma, donde lo importante, más que el punto al que llegamos o la posición que alcanzamos, es lo que hacemos durante el trayecto, las experiencias que recogemos y los lazos que se establecen. 

Como cada agosto, cumpliendo con una vieja tradición de la Asociación Hermanos Saíz, un grupo de jóvenes escritores y artistas nos aventuramos a Santiago de Cuba para conmemorar y celebrar un cúmulo de fechas importantes: el aniversario 55 del asesinato de Luis y Sergio, el día internacional de la juventud y el cumpleaños número ochenta y seis del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz. Rebelde ayer, heroica hoy, y hospitalaria siempre, como reiteraban los carteles que reciben a cuanto viajero se acerca, nos acogió una tierra fértil en héroes y devociones.

Muchos eran los lugares de obligada visita y poco el tiempo que disponíamos, pero las ganas de conocer e interactuar con los pobladores era siempre mayor que el cansancio del viaje. La Casa del Joven Creador de Santiago, la Escuela Normal de Maestros, el cementerio de Santa Ifigenia, la granjita Siboney, el cuartel Moncada, el Museo de la Clandestinidad, la casa de Frank País, el Callejón del Muro, el Segundo Frente, el Cobre y el Monumento al Cimarrón fueron puntos indispensables de nuestro recorrido donde cada uno de nosotros encontró algo de especial valor. Cada lugar, sin importar su carácter, se sentía como una parada coherente dentro de un camino de peregrinación, como el ibérico camino a Santiago. Seguimos sin percatarnos la ruta de Frank, la ruta de la Virgen, la ruta de la liberación, y sobre todo una ruta mística para el encuentro con uno mismo. 

Así nos acostamos la noche que precedió la escalada, permeados de historia y misticismo. Vi quien se detuvo ante la mascarilla mortuoria de Frank con la misma mirada que le dedico a la Virgen, incluso quien se sobrecogió de igual forma con la energía del cuartel Moncada y el sonido de las ofrendas en el santuario del Cobre. O quien consideró que el Monumento al Cimarrón era el lugar más propicio para pedir salud y desenvolvimiento, acercándose discretamente a la escultura de Lescay como si de una autentica nganga se tratase.  

A la mañana siguiente, bien temprano en la madrugada, avanzamos expectantes hacia el inicio de nuestro recorrido. El agotamiento y la falta de sueño se percibía en la mayoría de las caras, pero fue una de las sentencias pronunciadas por el guía el pensamiento que se apoderó de nuestras cabezas: «solo hay dos paradas en todo el camino, la primera en el km 3 ½ y la otra en el km 9, quien no llegue antes de las 12:00 p.m. a este último campamento no puede subir». Parecía hado mitológico entre tanta bruma, oscuro frío y sonido de mar sureño. Comenzó entonces una carrera de esfuerzo físico contra reloj aparentemente, una que se fue despejando a medida que nos aproximamos al primer punto para descansar. El grupo ya se había dividido y fácilmente podía apreciarse qué papel jugaba cada integrante de la caravana. Estaban los que corrían desesperados por ser los primeros en llegar a la cima, esos que se sentaban a descansar hasta que escuchaban voces desde la proximidad. Otros disfrutaban del sendero y la compañía, caminaban a buen ritmo conversando, se daban ánimos entre sí, y se detenían de vez en cuando a apreciar el paisaje. Y los últimos, entre quejas y gemidos, se detenían a cada paso para descansar diciendo que no podrían llegar.

Al km 3 ½ llegamos como si fuera el 103. Adoloridos y cansados proseguíamos el viaje; sobre todo porque ya había roto la mañana, ahora sí se divisaba el camino, o peor aun la distancia, la elevación y el interminable destino. Los próximos 5 km y medios jugaron con nuestra resistencia; los tres primeros se fueron como si de tres cuadras se trataran, pero del 7 al 8 y del 8 al 9 parecía dilatarse el sedero caminando por la falda de la montaña de un lado a otro. A veces daba la sensación de que no llegábamos a ninguna parte, pues lo mismo que se avanzaba se retrocedía, o lo que se subía se bajaba.

Rodeado por la neblina se dejaba ver el campamento del km 9, parecía abandonado entre tanto silencio ensordecedor. Y alrededor del otrora hogar, antiguo corazón de las moradas históricas, nos alternábamos para calentar nuestras manos en el rústico fogón de leña. Eran las 11:15 a.m. y parecía que el grupo de caminantes nunca se iba a completar. Incluso el guía dudó de nuestros compañeros de viaje y propuso continuar la marcha amenazándonos con que no subiríamos, pero para algunos una idea era clara: «o todos o ninguno». Finalmente no solo lo convencimos de que sí era posible, sino que se incorporó el resto del grupo con energías renovadas el entender que casi nada nos separaba de la desafiante cima.

Y así llegamos al punto culminante de la subida, sin casi creer que ya estábamos donde debíamos estar, unos esperando más que ver y otros con sabor a triunfo entre los labios. Una vez cantado el Himno Nacional, parte inseparable de la tradición que nos anima a regresar cada agosto a enfrentarnos al busto de nuestro Héroe Nacional, y tomadas las obligatorias fotos, comenzó el descenso; se abría entonces ante nosotros el verdadero desafío del viaje.

Esta vez el grupo avanzó más unido, la intensidad de la subida sirvió para debilitar individualidades y acercar espíritus. Ya no había tres grupos delimitados, qué desespero puede sobrevivir a más de una decena de kilómetros en ascenso. Los que prefería correr, los menos, corrían, y el resto, avanzaba compacto compartiendo las experiencias de la subida. Así fuimos rotando nuestras posiciones, animando a los más agotados y socorriendo a los más necesitados. El camino fue largo, arduo e interminable, pero igualmente disfrutable, entretenido y memorable. Hubo quien subió a pie y bajó a gatas, quien subió descreído y bajó impresionado, quien incluso regresó a la cima por segunda o tercera vez y bajó como si nunca lo hubiera hecho antes en su vida.  

Por fortuna, entre estos últimos me encontraba yo, era la segunda vez que ascendía por estos senderos y asumí el viaje como una oportunidad para regresar a la semilla. Disfruté más que nunca el camino, la compañía, las experiencias colectivas y no me preocupé por ir en la avanzada. Ahí se agrupaban los más jóvenes y curiosos, a los que llegar antes que el resto les importaba más que nada. Entendí entonces que mi paso por estos senderos era mi propio paso por la vida; y que muchas de las actitudes que tomaba o encontraba, aparecían una y otra vez en mi obra o frente a ella. Tuve ente mí una oportunidad inigualable, toda una existencia resumida en una decena de kilómetros. Sin dudas subió un creador inquieto y cuestionador, pero al punto de partida fue otro el que llegó; uno probado, aun más preparado, grande, rico… y sobre todo, más humano.

Antes, siempre que algún joven aspirante me preguntaba qué ventajas ofrecía pertenecer a la Asociación Hermanos Saíz le respondía invariablemente lo mismo: la posibilidad de coexistir con la generación creativa a la que se pertenece, e incluso con otras que te anteceden. Mas una vez en la organización, este enunciado se volvía distante y más allá de los propios miembros de la sección a la que se ingresaba se hacía difícil compartir, socializar y dialogar con el resto de los integrantes. Ahora, quizás sea mejor reformular el enunciado. Una vez dentro de la organización, ganarse un viaje al Turquino es quizás la mejor ventaja de todas. Apenas unos días serán suficientes para establecer relaciones que durarán más allá de nuestro propio paso por la Asociación, para compartir experiencias, anhelos y deseos, y sobre todo para conocer y llegar a lo más humano que se alberga en cada creador; porque como bien dijo un sabio arriero: «en la vida no hay que llegar primero, sino saber llegar».

viernes, 6 de julio de 2012

Para Rita Longa, con cariño, de Samuel

Tomado de: www.lajiribilla.cu / Revista de cultura cubana No. 583

Para unos, Dios obra misteriosamente; para otros, simplemente la vida da muchas vueltas. Y así yo, por azares de la vida y sin entender nada de arte aún, conocí a Rita Longa. Era una mañana cualquiera del año escolar 1996 - 1997, cuando apenas cursaba el cuarto grado, me dirigía hacia mi primaria con un compañero de clases y de pronto, señalando hacia una señora mayor me dice “mira a Rita Longa”. Era la esquina de 15 y 14 en El Vedado, la sede de CODEMA, y por la entrada de automóviles salía una señora con un bastón. Aprovechando que cruzaba hacia un carro blanco, que al parecer la trasladaba, corrimos hacia ella para pedirle un autógrafo.


“Para Samuel, con cariño, de Rita Longa”, escribió segura. Y aunque parecía que debía salir a resolver miles de problemas a la velocidad de la luz, se tomó todo el tiempo del mundo para garabatear la libreta del pionerito que, apenas al romper el día, la asaltaba e interrumpía su quehacer rutinario. Todavía recuerdo la sensación de triunfo que dejó en mis manos ese pequeño trozo de papel, era la prueba de que conocía a Rita Longa y podía mostrarla como reliquia a todos mis colegas. Curiosamente, todavía años después me pregunto por qué hice eso; sabía que ella había hecho los venados del Zoológico, pero más allá de eso ni mis compañeros ni yo sabíamos quién era aquella señora o lo que hacía. 

Recuerdo sobre todo, casi fotográficamente, sus manos. Niñato al fin, concentraba toda mi atención en aquello que más me sorprendía sin recato. Se veían ásperas, toscas, huesudas, y a la vez parecían esculpidas minuciosamente. Como si con ellas realizara un trabajo pesado que constantemente le reclamara el roce, el modelado, el golpe; sin embargo, ver cómo garabateaba la hoja me revelaba soltura, destreza, seguridad y dulzura. Imagino que hoy suene a recuerdo edulcorado, pero siempre he presumido de cierta capacidad para ver más allá de la superficie en las personas, y en aquella señora de semblante recio y facciones duras, vi una abuelita; como aquellas del cuento infantil de las abuelas de las sombrillas, donde cada una tenía una cualidad que desarrollaba y la hacía especial. Sí, aquellas que salían juntas y un día se fueron volando al cielo, sin que nadie las olvidara, aun cuando no se volvieron a ver. Así apareció Rita en mi vida, primero la mujer, luego la escultora. 

En la medida que crecí y mis intereses e inquietudes fueron variando, poco a poco descubrí, como quien sigue las huellas del camino, la obra de Rita. Había dejado atrás el “Grupo familiar”, tantas veces visto en mi niñez, para conocer a la “Santa Rita de Casia”, cuando decidí estudiar idiomas en una escuela de Playa. A la “Virgen del camino” cuando quise bailar unos 15 en San Miguel del Padrón, cosa que nunca hice finalmente. A la “Ballerina”, cuando otra amiga no quiso bailar su fiesta, si no, por suerte para mí, ir con sus conocidos a Tropicana. “Forma, espacio y luz”, me recibió cuando reabrió el Museo Nacional de Bellas Artes, mientras que “Figura trunca” reposaba tranquilamente en una de sus salas; siempre me intrigó por qué la modelo evitaba la mirada del espectador y en cada visita a la sala formulé nuevas teorías. Más tarde, con un amigo que amaba el cementerio por su tranquilidad, descubrí la “Pieta”; el contraste entre el blanco de la figura y el negro del mármol me atraía profundamente. Con los festivales de cine aparecieron “Ilusión” y las “Musas”, uno de los pocos encantos del cine Payret para los cinéfilos de cinemateca. Ya en la universidad, intimé con “Guajuma”, aquella muchacha que me esperaba cada día, cual doncella fiel, en la esquina de L y 25 sin abandonar sus quehaceres. Y más tarde descubrí cerca del Paseo del Prado, de la mano de un caminante malintencionado con lecturas menos heroicas, “La fuente de los mártires”.

Mis profesores de Historia del Arte me la presentaron y ubicaron dentro del panorama historiográfico de la República y, aunque no le dedicaron mucho tiempo, me motivaron a completar los vacíos que me dejaban sus clases. Pero, indiscutiblemente, mi gran oportunidad fue al comenzar a trabajar. Tenía ante mí la tarea de preparar una exposición donde estuvieran los premios nacionales y necesitaba una obra de Rita. Así conocí a Yia, quien amablemente me abrió las puertas de su morada y las de su abuela. Caminé por las habitaciones de la casa de Eugenio Batista y me enamoré de una de sus piezas iniciales, el “Autorretrato” que hizo en 1933. Si bien no lo utilicé en esa muestra, la tentación de admirarlo fue tal que lo llevé conmigo y me acompañó diariamente en la oficina hasta que concluyó la exposición. 

Así pasó el tiempo, y nuevamente la vida dio otra de sus vueltas. Comenzaba el segundo mes del año de su centenario y me preguntaron por ella. El Museo de Bellas Artes preparaba silenciosamente una retrospectiva y una amiga valoraba las posibilidades de agilizar las gestiones de impresión de un libro sobre su obra. Estas últimas no dieron resultado, pero sirvieron para cuestionarme qué acciones podía emprender desde la Asociación Hermanos Saíz para celebrar la obra de tan consagrada artista entre mis congéneres. Y tantas fueron las vueltas que di a la interrogante que, como cualquier persona obsesionada, terminé soñando la respuesta. Mientras dormía, se develó ante mí una exposición: la vida y obra de Rita joven; esa que, como yo aquella mañana en que la abordé, se dejaba llevar por los impulsos de la juventud y resquebrajaba irreverente los cánones tradicionales de la escultura republicana.

El proceso no fue sencillo. El reto que presuponía preparar una curaduría como esta era bien grande. Todavía hoy no creo que se haya materializado satisfactoriamente. Pero me alegra enormemente haber tenido esta oportunidad, este regalo más bien. U otra vuelta de la vida, diría mejor, pues Rita nació el día siguiente al de mi cumpleaños. Cerrando mi celebración abro la suya, que es mía también. Así, los dos quedamos en paz. Ella cumplió conmigo hace mucho tiempo, y yo finalmente encontré la forma de devolverle el autógrafo de aquella mañana; casi utilizando sus propias palabras: “Para Rita Longa, con cariño, de Samuel”.

Como las vueltas de las que tanto hablo son incontrolables, tampoco la exposición que menciono se pudo materializar. Agradezco entonces a La Jiribilla por permitirme al menos, al publicar este texto, contribuir de alguna forma a su homenaje.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Segundas intenciones*


Para cualquier espectador despistado, entrar a la galería Antonia Eiriz de La Madriguera supondría toda una sorpresa, pues la sucesión de lienzos blancos, decorados con llamativas cintas, no podría provocar otra primera impresión. Pero no se deje engañar, no está ante el resultado final de un curso de manualidades, sino ante la concreción plástica de una reflexión incisiva y descarnada. 

Segundas intenciones, exposición personal de Claudia Pérez, indaga sobre un fenómeno bien contemporáneo: el regalito. Y utilizo el diminutivo con toda intención, pues no me refiero a la acción tradicional y voluntaria con la que se premia a una persona; sino a la resemantización que ha sufrido esta palabra que, tornado su significado en trueque, garantiza una mejor atención en los servicios públicos, agiliza trámites o resuelve milagrosamente imposibles. Sin dudas ha puesto Claudia el dedo sobre la llaga, y para advertirnos de estas segundas intenciones ha realizado esta exposición. 


La pulcritud y homogeneidad de los lienzos blancos desvía la atención del espectador hacia sus envolturas, las cintas, que cambian de forma aleatoriamente. Se suceden en esta muestra diseños que van desde los más logrados y cuidados, hasta el más desesperado horror vacui, pasando por el kitsch y el mal gusto, entendido como falta de sentido estético, dependiendo de los metros de cinta disponibles en cada caso. Detalle que revela en esta propuesta discursiva, sobre la intrascendencia del contenido, la importancia de la acción (dígase envolver, preparar, embellecer) y el tiempo dedicado a ello. 

Dentro del corpus homogéneo de cuerpos blancos y envoltorios rojos aparece lo diferente, un lienzo adornado con cintas verdes. Esta contraposición pudiera resultar una alusión directa al título de la exposición, pero esto sería solo una lectura fácil. El cambio de color no alude de forma directa a la intencionalidad, sino que sintetiza, más bien, posibles pares binarios que inciden sobre la trascendencia del presente y su resultado (rico – pobre, bonito – feo, bueno – malo, CUC – CUP, decorativo – utilitario, etc.). 

La referencia textual utilizada, resultado del trabajo de campo de la creadora, constituye el nexo integrador del discurso curatorial. La artista se revisa como parte del etnos, e indaga cómo una actitud puntual ha devenido en costumbre. A la vez, esta revisión se convierte en reclamo, pues apunta hacia la crisis y pérdida de valores, a la doble moral generalizada y al favoritismo resultante.

Aunque la actualidad y pertinencia del tema seleccionado reclama soluciones como esta, donde lo textual adquiere un peso casi protagónico, en el futuro Claudia deberá apostar por la síntesis, pensando texto y soporte artístico como una sola unidad. 

Segundas intenciones no es una exposición complaciente, pero aun así no deja un sabor del todo agrio durante la visita. Si bien no es este el entorno que queremos percibir y aceptar, es sumamente esperanzador ver cómo los jóvenes reaccionan ante este y, mediante la denuncia, apuestan por una realidad diferente. 

* Palabras al catálogo de la exposición Segundas intenciones, Galería Antonia Eiriz, La Madriguera

jueves, 8 de marzo de 2012

III Encuentro de Crítica e Investigación Pensamos Cuba

Palabras de apertura del III Encuentro de Crítica e Investigación Joven Pensamos Cuba.

Cartel diseñado por Nelson Ponce
Por casualidades de la vida mi membrecía coincide con la edad de este encuentro, y gracias a esta extraña casualidad he podido participar en todos y cada uno de ellos. Claro, esas peripecias del destino nunca son tan casuales e inocentes, sino que muchas veces llevan consigo cierta carga educativa, aprehendida a golpe y porrazo. En la primera cita, apenas participé como asistente; y como buen joven, muy joven cuando aquello, quedé insatisfecho e inconforme, por lo que critiqué su organización y me quejé de los supuestos espacios de diálogo entre el público y los ponentes. Al año siguiente, me movieron de asiento; de joven inconforme pasé a ponente sorprendido. Aunque me preparé para la ocasión, todavía no sé bien por qué acepté compartir mis desvaríos en torno a las artes plásticas, o por qué me felicitaban pidiéndome que escribiera mi ponencia, cosa que nunca hice.

Nuevamente salí molesto, faltaba el público. Increíblemente la posible concreción de un espacio para el debate y el diálogo se desaprovechaba desvaneciéndose en el aire. Nuevamente me quejé, y de nuevo el destino movió sus fichas. Me ha tocado organizar el tercer encuentro, teniendo en cuenta todos los elementos que he criticado en sus ediciones anteriores. Eso sí, en esta ocasión me he prometido a mi mismo callar, pues temo qué pueda suceder en la próxima cita si me vuelvo a quejar.

Entrando en materia, para obedecer el orden que traté de imponerme organizativamente, debo reconocer que la celebración por tercera vez consecutiva de este encuentro es ya un logro en sí mismo de la sección de crítica e investigación de la AHS en La Habana. Corren tiempos difíciles y decisivos, y la existencia de un núcleo de jóvenes que se atrevan a examinarlo, estudiarlo y polemizarlo sin miedo es digo de admirar. Y si bien por la edad nos correspondería arremeter contra todas las banderas posibles, reaccionando ante los cánones establecidos, cuestionando y desestabilizando, poco a poco vamos entendiendo, gracias a espacios de diálogo, encuentro y debate, como existen fijezas dignas de perpetuar.

Hoy mi voz se hace eco de otras voces y, ya sea desde la cita o la intertextualidad, hablan desde estas letras jóvenes asociados que se vuelcan hacia la sociedad. Reflejándola en nuestros ensayos, tratamos de sacudirla en nuestras tesis para transformarla a partir del reconocimiento de sus particularidades y realidades. Cuestionándonos el grado y nivel de participación de nuestra generación en la producción ensayística e investigativa cubana en las ciencias sociales y humanísticas, nos damos cita hoy aquí para conversar sobre nuestras investigaciones. Pues si en encuentros anteriores analizábamos diversas problemáticas en torno a un eje, era ya impostergable la concepción de un espacio de socialización de nuestros resultados de trabajo, muchas veces premiados en becas de la propia Asociación, o en otras instituciones.

Y si hoy en todo el mundo luchan los jóvenes, indignados, tomando las calles como plazas contra las dictaduras totalitarias; no podíamos quedamos rezagados nosotros, que también nos oponemos a la exclusión, la marginación, la explotación y la represión que ejercen los poderosos. En los tiempos que corren nos toca ser cada vez más consecuentes con el proyecto de nación que queremos y defendemos, donde la emancipación cultural, social y material del ser humano ocupa un lugar cimero.

No debemos olvidar que como bien se ha reflejado en las páginas de La Jiribilla, el presente es el cruce histórico entre la reconstrucción simbólica e imaginaria del pasado y la proyección utópica del futuro. Por eso estamos aquí, para fomentar y propiciar un espacio de diálogo entre nuestra generación, para combatir la fragmentación y la distancia que impone la desidia, el desinterés y la banalización de nuestro contexto. Para analizar por qué la crítica artístico-literaria ha cedido su lugar y hoy ya no acompaña la producción más actual. Para ver cómo desde el estudio y la gestión cultural, deben abrirse otros caminos para encontrar nuevas posibilidades de concreción de hechos e intervenciones artísticas. Para comprender que el país está inmerso en un proceso de cambios, que pueden resultar muy provechos si se acaba con el paternalismo al que estamos acostumbrados y logramos transformamos de merecedores a conquistadores; pues como dijo Fernando Martínez Heredia, somos, y nos toca ser, los protagonistas de la Cuba futura.

Así que, echando mano a la sabiduría popular, recogida en la savia de nuestra música cubana, solo me resta afirmar, como en aquella conga pegajosa, para referirme a esta nueva cita y su trascendencia, adelantándome sin duda a los hechos: uno, dos y tres, que paso más chévere.