jueves, 10 de febrero de 2011

Villa en la memoria


José M. Villa (1939 - 2011)
Ya sea por el distanciamiento cronológico, por aquello de que el pasado se idealiza, o por el dorado de edulcorados epítetos, cuando se habla de los años sesenta la nostalgia siempre se apodera de mí. Quizás el espíritu rebelde de sus protagonistas y las ansias de construir algo nuevo y mejor sean razones que, por cuestiones de juventud, aun sienta muy cercanas. Pero en realidad, si tuviera que definir qué hace tan especial esta década no dudaría ni un segundo en apuntar su carácter transdisciplinario. En ella encontré a Antonia Eiriz compartiendo su poética tan personal con dibujos de palomas en Lunes de Revolución, o haciendo diseños de vestuario para el teatro, junto a Carmelo Gonzáles, Raúl Martínez y otros plásticos que se acercaron  al diseño escenográfico. 
Así, paulatinamente, encontré una lista interminable de plásticos que experimentaban en otras manifestaciones artísticas desdoblándose de manera insospechada. Pero si algo nunca imaginé, hasta días recientes, era que una simple línea al dorso de la contraportada de algunos de sus catálogos podría hacerme establecer tantos nexos e hipervínculos entre nombres, espacios, aportes y legados, desde otras esferas de la creación. Así fiché en una tarjeta a José Manuel Villa Castillo (Villita), un nombre que aparecía una y otra vez en cada material que revisaba y se convertía en una de las interrogantes más interesantes de mi corta carrera como estudiante de Historia del Arte. 

Si bien después de mucho preguntar solo unos pocos pudieron hablarme de él y casi nadie supo hacer verdadera justicia a la dimensión de su obra, fueron suficientes estos diálogos para que mi curiosidad aumentara y descubriera a uno de los diseñadores gráficos más importantes del mundo editorial cubano en la segunda mitad del siglo xx. Lamentablemente, cuando abría y completaba un dossier más en mi archivo personal, la vida cerraba las enjundiosas páginas del cuaderno de dibujo de este creador insigne. Por esta razón, para todos aquellos que empezamos a estudiar las artes visuales y no lo conocimos, o los que casi terminan pero aun lo recuerdan, decidí rendir un pequeño homenaje con esta modesta semblanza.

Rememoremos entonces 71 años de vida retrocediendo a la antigua Placetas, cuando no se hablaba todavía de barbudos, donde un 23 de diciembre nació José Manuel Villa Castillo. Con apenas trece años llegó a La Habana, donde se convirtió en un muchacho lleno de aspiraciones y deseos que correteaba por los pasillos de la Escuela Nacional de Bellas Artes «San Alejandro». En las noches acudía al Centro Vocacional Enrique José Varona, donde se adentró en el mundo de la publicidad y el dibujo comercial. Incansable y ávido de conocimientos matriculó en la Universidad de La Habana, donde siendo ya un hombre maduro obtuvo su licenciatura en letras.

A inicios de los años sesenta se vinculó al Teatro Nacional de Cuba, trabajando allí durante dos años. Al crearse el Consejo Nacional de Cultura ingresó en el Departamento de Promoción y Propaganda, donde permaneció algún tiempo. A finales de la década comenzó, junto a Raúl Martínez y Esteban Ayala, en la Editorial Arte y Literatura del Instituto Cubano del Libro como Director Artístico. Posteriormente, ahora como diseñador y Director de Arte de la Sección de Humanidades, se ocupó del diseño editorial del Plan de Formación de Maestros de Primaria en la Editorial Pueblo y Educación donde publicó aproximadamente una centena de títulos. Debido a su personalidad inquieta y su interés de probarse constantemente, desarrolló una carrera paralela desempeñándose como diseñador escénico en el ICAIC, donde participó junto a Titón en películas como Los sobrevivientes

Durante los años ochenta,  tras abandonar el Instituto Cubano del Libro, laboró como especialista del Centro de Diseño Ambiental en el Fondo Cubano de Bienes Culturales, donde se encargó del diseño de interiores. A partir de 1993, retirado ya, se dedicó a trabajar como creador independiente, realizando cubiertas de discos para la EGREM y protagonizando diferentes largometrajes desde la escenografía, el vestuario y la dirección de arte. 

Su amplia producción también incluyó carteles con fines culturales, los que fueron muy bien recibidos por el público y la crítica especializada. Centenario de Jean Sibelus, galardonado con el Segundo Premio en el Salón Nacional de Carteles de 1966, Medea y los negreros, reconocido en el Pabellón Cuba cuatro años más tarde, fueron solo algunos de los más importantes. Con estos estableció rápidamente un estilo propio, caracterizándose sus composiciones por el cuidadoso uso de la tipografía, la casi ausencia de recursos efectistas, así como la atinada selección de las imágenes. 

A lo largo de su carrera recibió numerosos reconocimientos de las más disímiles procedencias, consolidando su nombre como diseñador gráfico, director de arte y escenógrafo tanto en el plano nacional como internacional. Entre ellos no deben olvidarse, entre corales y caracoles, la Medalla de Plata concedida en la Exposición Internacional IBA de Leipzig (1971) a la Colección Dragón bajo el sello editorial de Arte y Literatura, la Distinción por la Cultura Cubana (1994), del Consejo de Estado y el Ministerio de Cultura, el Premio Nacional de Diseño del Libro (2008), del Instituto Cubano del Libro. 

Así vivió José Manuel Villa, dejando un poco de su alegría en cada una de sus creaciones. Cambiando una y otra vez de trabajo y atrasándose en los pagos de la UNEAC, hombre de naturaleza inquieta. Sorprendiéndose ante los reconocimientos, pues para él eran como fiestas innombrables. Diciéndoles a los jóvenes que no tuvieran temor a equivocarse, pues el error puede convertirse en un gran maestro, si se aprovecha correctamente... 

Si bien hoy ya no está físicamente entre nosotros, como artista su espíritu pervive en los fondos de numerosas colecciones públicas y privadas. De sus manos nacieron imágenes que pueblan incontables rollos de película cinematográfica y cientos de papeles convertidos en bocetos, libros y carteles. Como ser humano, continúa en el recuerdo de todos aquellos que lo conocieron, perviviendo en el sustantivo diminutivo que nació del cariño de sus allegados y se convirtió en apodo. Y su muerte, comparada con la dimensión de su vida, apenas ocupará esos pequeños párrafos que publicó un día el periódico Granma; porque hombres como él, simplemente no pueden irse: permanecen en la memoria colectiva y viven para siempre.

Publicado en Noticias de ArteCubano, febrero 2011.