Trabajar
con René de la Nuez ha sido un delicioso y enorme reto, sin dudas una gran
oportunidad, pues este Premio Nacional de Artes Plásticas ha tenido ya dos exposiciones
antológicas en el Museo Nacional de Bellas Artes y eso, aparentemente, no me
deja mucho por hacer.
Afortunadamente
para mí, por azares de la vida, o más bien por el carácter del autor, en cada
ocasión los curadores no han podido utilizar su producción más reciente. En la
primera muestra no permitió que se incluyeran los personajes de Concierto baroko, pues no había
concluido aún esta interesante serie, mientras que en la segunda se empeñó en
terminar con La Habana como motivo, dejando fuera los comics en los que últimamente ha venido trabajando.
Como dicen
que a la tercera va la vencida, en esta muestra René no me ha prescrito nada, por
lo que puedo presumir con entusiasmo, y hasta con un poco de asombro, de
mostrar al espectador lo más reciente de su producción. Eso sí, y vale la
aclaración, lo más reciente entendido como lo poco conocido, lo poco
socializado o, incluso, lo nunca antes visto por los espectadores del patio,
digo, de la sala. Aun así, más allá de la novedad que esto supone en nuestro
medio, y de la alegría infinita que ello me produce, la curaduría se ha
empeñado en mostrar, sin dejar a un lado al dibujante, a otro Nuez; sobre todo a
uno que ha sabido desarrollar una obra personal paralela al trabajo diario que
lo dio a conocer en la prensa plana y que dialoga cómodamente con los códigos
de la pintura.
De forma
general, aquel que visite la muestra podrá percatarse fácilmente de los temas
recurrentes en estas piezas, e incluso de cómo en ocasiones se cruzan entre sí.
Por una parte, el universo afrocubano se instaura como una de sus primeras
obsesiones; en él mezcla el trazo desenfadado de la caricatura con firmas congas
y abakuás, explora la sensualidad del
garabato, comparte los caminos de Elegguá, sortea rabos de nube, y se vale del
aché de las piedras para desplazarse entre ñáñigos, yorubas y ngangas. Por otra,
cual eterna enamorada aparece la ciudad, esa pícara Habana que se añora y
sorprende con sus personajes cotidianos llenos de inventiva y ganas de vivir. Con
ella René va a retomar los códigos de la caricatura, pero esta vez imprimiéndoles
un sello peculiar. Ha incorporado las lecciones aprehendidas de lo pictórico, y
las composiciones resultantes se convierten para el espectador en una peculiar
instantánea, una escena costumbrista de nuevo tipo que dentro de algunos años
servirá tanto a historiadores del arte como a sociólogos y antropólogos, pues al
igual que Van Van, René de la Nuez se ha convertido en todo un cronista social
que registra cambios y transformaciones de la ciudad y sus habitantes.
Como en toda
fiesta innombrable, no se alarme si frente al núcleo expositivo siente que son
muchos los invitados. Algunos serán muy fáciles de reconocer y otros no tanto. Por
ello, si cree encontrarse entre la muchedumbre a Lam conversando con Mariano y
Portocarrero, o a Tàpies, a Jesús de Armas, o a Ángel Delgado deambulando por
otro extremo, no se sorprenda. Por el contrario, disfrute de las misteriosas
coincidencias que se dan en una muestra de este tipo, donde pueden advertirse
relaciones tan insospechadas como las cercanías formales entre una Pastorita
que tiene guararey, de 1987, y los Chacmooles mexicanos realizados en el 2008.
Conozca cómo trabaja este artista, que cuando explora un tema se adentra en sus
distintas aristas una y otra vez, año tras año, hasta que cree que lo domina. O
simplemente váyase convencido de que a sus 75 años, René no ha perdido el humor
que lo caracteriza ni sus ganas de hacer; pues durante del montaje de esta
exposición, mientras me dibujaba un Loquito
con moringa, se planificaban las que aún están por venir y los próximos
cumpleaños. Así que, vístase bonito por si hay foto, como él mismo dice, vaya preparando
su regalo y apunte desde ahora que sin dudas… ¡nos veremos en los 75 + 5!
Palabras utilizadas en el plegable para presentar la exposición al público.
ResponderEliminar