martes, 22 de noviembre de 2011

Una historia del arte abstracto cubano: esa otra realidad.


Aguamarina, 1931. Marcelo Pogolotti
Cuando en mis años mozos de formación universitaria la doctora Luz Merino Acosta preguntaba a viva voz cuál era el primer pintor abstracto, no tenía conciencia de cuán importante era esta interrogante. Por mi juventud, creí que la incógnita era formulada prácticamente en broma y respondía solamente a la necesidad de mostrarnos cuánto habíamos dejado de estudiar de un encuentro a otro. Hoy en día, no más maduro pero sí más entendido en las complejas dinámicas que se dan hacia el interior de la historiografía del arte, comprendo cómo este “inocente” cuestionamiento se instaura cual punto de partida y eje central de un correlato no escrito: el surgimiento, desarrollo y posterior evolución de la abstracción cubana hasta nuestros días.

Si bien no es menos cierto que de manera metodológica se ha focalizado el estudio de esta vertiente fundamentalmente como signo de importantes cambios entre la década del 50 y la siguiente, teniendo la academia parte de responsabilidad en esto, debemos reconocer que este hecho ha contribuido a limitar la comprensión del asunto. No es de extrañar entonces que muchos “conocedores” ignoren etapas evolutivas de figuras que, desde la pintura o la gráfica, experimentaron tempranamente con composiciones donde se privilegiaba la forma sobre el contenido; quedando, en ocasiones, como último reducto figurativo solamente los títulos de las piezas. Aunque por otro lado, no debe perderse de vista que la relación cronológica de los eventos que consolidaron la abstracción, así como los principales debates en torno a ella se generaron, se ubica particularmente entre 1949, cuando el pintor Sandú Darié socializa sus Composiciones, y 1960 cuando, a tres años de la visita de De Kooning a La Habana, exponen en Matanzas Diez Pintores Concretos. A su vez el contexto cambiante que resultó de la transformación social iniciada en enero de 1959 equiparó paulatinamente al Norte con el enemigo; por lo que, bajo criterios ideológicos más que estéticos, la abstracción rápidamente fue vista como vía desestabilizadora a partir de una posible penetración cultural.

La joven parca, 1954. Roberto Estopiñán
El gran juego, 1956. Mario Carreño
Cuando el momento histórico reclamó con más fuerza el uso de las manifestaciones artísticas como medios eficaces de registrar las profundas transformaciones acaecidas, la abstracción como lenguaje no desapareció del todo; pero no fue hasta la década del 80 que esta volvió a entronizarse como medio válido para abordar la realidad de un contexto cambiante. Fueron entonces las jóvenes miradas de Volumen I, Cuatro por Cuatro, Puré, etc., las que aprovecharon el desuso de la abstracción para darle un sentido más amplio, superando el simple regodeo estético de las formas con que esta era vista; pues no se puede perder de vista que desde la Anti – bienal existía un marcado posicionamiento ético, que marchaba a la par con el estético.

Sin título, 1988. Eduardo Rubén García
Posteriormente, hacia la década de los 90, la abstracción más que un lenguaje de vanguardia ha pasado a ser una vía o medio de expresión de los artistas para conectarse consigo mismos; mezclándose con nuevas tendencias y quedando, por parte del espectador, la difícil tarea de querer encontrar en las obras, más allá de una buena composición formal, algún sentido debido al peso de la tradición figurativa. Es aquí cuando aparecen muestras encaminadas al rescate y la revalorización de los valores abstractos desde nuevas miradas, relecturas y perspectivas. Esfuerzos encaminados por instituciones como: el Instituto Superior de Arte desde sus ejercicios de clases, la Galería Habana (Pintura Abstracta Cubana, 1995), la galería La Acacia (Pinturas del Silencio, 1997), etc.

Hacia nuestros días han florecido nuevos acercamientos, a manera de ensayos curatoriales, donde se destacan las muestras que se enfocan hacia el homenaje o las que abordan la abstracción en autores que nunca se han preocupado realmente por inscribirse dentro de este fenómeno. Precisamente por esta razón, la muestra que albergó el Museo Nacional de Bellas Artes: La otra realidad: una historia del arte abstracto cubano, constituye un hito dentro de la tradición expositiva de este recinto y del panorama plástico capitalino; pues, debido al número de piezas que aloja y a la diversidad de rúbricas y fechas, ofrece al espectador las herramientas para recolocar en su imaginario visual un nuevo mosaico historiográfico donde se constate la presencia y evolución de este lenguaje dentro de las artes plásticas en su conjunto; brindando además una aproximación desde los orígenes hasta la denominada “Nueva Abstracción”.

Sin afán profético, vaticino que múltiples serán las lecturas y consecuencias que tendrá este hecho macro expositivo en el panorama artístico, mas quizás lo más interesante, como dijo Julio Ramón Serrano en su artículo “Abstracción y algo más”[1], sea que esta nueva propuesta curatorial constituya una de las tantas maneras que el tiempo nos impone con el bregar, pues no es del todo improbable que la historia al hacer su papel de juicio selectivo haya querido omitir por un tiempo un fragmento de nuestro existir cultural, para hacerlo nacer reconstruido en nuevos potenciales y reacomodarse con mucha más fuerza y diversidad.
 
Texto realizado a propósito de la exposición La otra realidad: una historia del arte abstracto cubano (septiembre de 2010 a enero de 2011, Museo Nacional de Bellas Artes). Aunque no fue publicado ofrece a grandes rasgos una cronología de la abstracción en Cuba.
Imágenes tomadas de www.lajiribilla.cu
 

[1]En Artecubano 2-3 / 2003, páginas 12 – 23.

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