martes, 10 de junio de 2014

Ibídem. Muestra personal de Iván Marcos Perera


Desde que el hombre como ser racional creó el tiempo y estructuró su existencia a partir de ciclos repetitivos, ha tratado de comprender el mundo que le rodea. En este afán, ha intentado aprehender su entorno mediante un proceso de ordenamiento y traducción del mismo a su capacidad cognoscitiva desde lo inmediato a lo más distante. De esta forma y a lo largo de su evolución, el individuo ha logrado separarse del reino animal; ha abandonado el instinto como eje rector de su desarrollo, organizando su vida en torno al conocimiento. De ahí que la sensación de dominio se base en una eterna lucha contra lo desconocido.

A partir de la conformación de un logos se han erigido las civilizaciones y se han conformado los sistemas de pensamientos, valores y creencias que rigen hoy la existencia toda. Negado, cuestionado, revisitado y enriquecido, el conocimiento responde a una lógica donde todo se convierte en hecho para ser clasificado, traducido y ordenado. En esta dinámica, aparece el vacío como un elemento cargado de sentidos que, al completar los espacios que aun no han sido ocupados en el logos más que por sí mismo, da estabilidad al sistema. Como constructo, el logos avanza desde el presente sobre el pasado, eliminando los viejos vacíos, para devolver así y de forma constante un futuro diferente cargado de nuevos vacíos. 
 
Desde la antigüedad clásica el logos se organizó desde el reconocimiento de su ausencia. Solo se que no se nada, decía Sócrates cuando aceptaba que el proceso de comprensión del mundo era inagotable y por ende contrastaba con la finitud del ser humano. El hombre no solo fue asumido como génesis del logos, sino también como su continente; de ahí que fuera posible la utilización de la mayéutica como principio para generar el conocimiento desde el propio individuo. 
 
El carácter efímero de la existencia marcó la necesidad de encontrar más allá del cuerpo, un contenedor alternativo para el saber acumulado. Frente a la irreversibilidad del proceso de reelaboración constante al que está sometida la oralidad como fuente de transmisión del conocimiento, la escritura se utilizó como herramienta que garantizara la trascendencia del orden del mundo. Así aparecieron los pergaminos y los papiros, se imprimieron las primeras ideas y se entronizaron las bibliotecas como templos de la sabiduría, receptáculos de la sapiencia universal. El libro se convirtió en el continente colectivo del conocimiento, metáfora del individuo como recipiente en sí mismo.

Esta exposición es muestra de ese proceso de construcción del logos. La suma del vacío sobre el vacío para producir el conocimiento y, a su vez, la adición de este sobre sí mismo para producir nuevos vacíos. La concreción del eterno ideal del desarrollo, en espiral ascendente, y su propio fracaso: el intento de querer asir el mundo en una lectura lineal y sin ambigüedades, como respuesta al caos de la polisemia que nos rodea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario