Un sonido familiar invade
la inalterable quietud de las salas del edificio de Arte Cubano del
Museo Nacional de Bellas Artes. Quizás desde la entrada sea casi
imperceptible; pero cuando se visita el primer piso, ya cerca de las
puertas que dan paso a la sala transitoria, el repicar de la las olas
se convierte en un agradable arrullo. Así, entre el olor del pescado
fresco, las hojas recién torcidas de tabaco y la brisa salina de la
mañana, se accede a la sala que alberga por estos días la
exposición Una raza, la raza humana, del artista Mario
Sánchez.
Sin formación académica
alguna y nieto de emigrados cubanos del siglo XIX, este artista
creció en un contexto muy particular. Muchos de los habitantes de
Cayo Hueso eran de origen cubano, por lo que el sentido comunitario
era muy fuerte; así como el apoyo a la Isla en su empresa por la
independencia de España. A esto se sumaba una inusual mezcla racial,
unas costumbres bien arraigadas y una gran laboriosidad. De ahí que
el título de la exposición se corresponda con el lema de Cayo
Hueso: Una raza, la raza humana.
Inaugurada a inicios de
este año, la muestra agrupa treinta obras de pequeño formato
producidas entre 1920 y 1950, provenientes de colecciones privadas y
de la Old Island Restoration Foundation. Las mismas han sido
confeccionadas mediante la utilización de la técnica conocida como
intaglio, donde el artista practica incisiones sobre la superficie de
madera para obtener una composición en forma de relieve a la que le
aplica los pigmentos. Como resultado de este procedimiento, en las
piezas resalta además de los valores artísticos,un agradable sabor
artesanal que pone al descubierto el trabajo manual del creador. Las
tablas, más allá de composiciones resueltas en una figuración de
carácter naif, remedan matrices xilográficas ornamentadas que
provocan su impresión múltiple sobre el papel.
En las obras exhibidas,
encontramos estampas de carácter cotidiano, realizadas con un estilo
descriptivo de marcada figuración realista. Un arte que busca no
solo captar los rasgos físicos de los habitantes de Cayo Hueso, sino
también su expresión psicológica. Aferrado a revelar la naturaleza
humana, emplea escenas costumbristas que rebasan lo anecdótico. No
es de extrañar que dentro del abanico temático presentado resalten
por su recurrencia las representaciones de la vida cotidiana.
El autor es un cronista
por excelencia, pues no solo ha sabido reflejar las tradiciones de un
comunidad con un marcado carácter poliétnico, sino que ha captado
con maestría y humor sus arquetipos. El resultado: un retrato
histórico de Cayo Hueso entre 1920 y 1950 .
Según la revista Folk
Art, Mario Sánchez fue el artista folclórico más importante
del siglo XX en América. Y no es de extrañar que se haya merecido
este título cuando visitamos la muestra, una excelente instantánea
de la vida de la época de marcado valor histórico cultural. Queda
de manifiesto en ella no solo el compromiso social de los pobladores
que retrata, sino además el del propio artista. No olvidemos las
históricas relaciones que unen a esa región con la isla de Cuba, el
peso de figuras como José Martí y la influencia de la Guerra de los
Diez Años.
Como recurso
museográfico, junto a cada pieza aparece un cartel que ubica al
espectador en el periodo histórico en que se desarrolla la escena
reflejada. Aparecen no solo fríos datos de la Historia, sino también
apuntes sobre la vida cotidiana, explicaciones sobre los
protagonistas de las estampas, anécdotas de la vida de Mario Sánchez
y su familia e incluso historias de los propios cuadros una vez
pintados. Si bien los cuadros no necesitan explicación alguna, este
elemento de carácter educativo hace que la exposición pueda ser
recorrida y entendida como una gran historieta, una especie de atlas
visual donde se ubican protagonistas y espectadores en igualdad de
condiciones.
Dentro
del conjunto merecen especial atención algunas piezas que destacan
por poseer ciertas particularidades dentro de la figuración. Al
parecer, el artista ha asumido el cielo como un protagonista más en
su composición. Este siempre está claro, despejado y resuelto con
colores que evocan la mar en calma. A la vez, es el espacio propicio
para reflejar los sueños, los anhelos, la historia y las costumbres
de su comunidad. Piezas como Over the
Beautiful Florida Keys, Desfile en San Carlos, Morning Gossip, A
Famous Key West Land Mark, El galeno (El viejo y el mar),
etc., albergan en sus nubes aves, peces, el rostro de Martí, el
nombre de varios revolucionarios cubanos, soldados, un pescador en un
bote que lucha con una aguja, un sol con campanas, un torero en plena
acción y una muy cubana Virgen de la Caridad del Cobre.
Quizás para el
espectador foráneo, ese que accede a las salas buscando arte cubano,
no quede muy claro cuando se marcha si el paisaje observado pertenece
o no a Cuba. Tal vez, perdido entre semejanzas, ni siquiera entienda
cuan cubano puede ser o no Mario Sánchez al estar ahí. Pero en ese
mismo desconcierto se llevará una de las esencias que ha marcado
nuestro devenir: la historia de las islas se lleva consigo a todas
partes, pues sus límites son más que geográficos. El agua nunca es
solo una maldita circunstancia. Cada uno de sus habitantes es una
isla en sí mismo, que lleva en el corazón su propia isla y pervive
donde quiera que viva uno de sus descendientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario